- Introducción
En una publicación previa se analizó la serie Adolescencia a partir de las diferencias entre el sistema penal juvenil del Reino Unido y el argentino, poniendo el foco en las deficiencias normativas de este último (conf. González Da Silva, “¿Qué sucedería si el caso de la miniserie “Adolescencia” de Netflix hubiera ocurrido en Argentina?”, disponible en www.dccprocesalpenal.com.ar). Sin embargo, el fenómeno retratado por la ficción va más allá de lo jurídico: revela una red compleja de interacciones digitales, identidades fragmentadas y discursos radicales que afectan especialmente a adolescentes vulnerables. Este trabajo amplía aquel enfoque, abordando la figura del Incel, los códigos simbólicos que emplea esta subcultura (como los emojis), y su potencial de violencia tanto simbólica como física, sobre todo respecto de las mujeres.
- Escuela, tecnología y desapego educativo
Una primera cuestión transversal es el impacto de la tecnología en la educación formal. Docentes de nivel medio enfrentan diariamente el desafío de sostener el interés de estudiantes desmotivados, que rara vez se involucran en procesos de lectura comprensiva o estudio crítico. Muchos jóvenes solo consumen contenido previamente resumido, presentado en formatos breves y visuales, lo que dificulta el desarrollo de habilidades cognitivas complejas.
En este marco, el docente no solo enseña, sino que también oficia de guía, intérprete y hasta “curador” de información. A su vez, muchos estudiantes recurren a redes sociales, videos o inteligencia artificial para resolver tareas, lo que puede profundizar la dependencia de fuentes poco confiables.
Varios de los mensajes recibidos en respuesta a aquella publicación se centraron en ese aspecto relacionado con el comportamiento anómalo de estos adolescentes en las escuelas, tema que no fue abordado porque consideré que la realidad en la Argentina era distinta y que lo que mostraba la serie podía estar exacerbado.
Así, aunque la situación fuese menos desenfrenada que la retratada en la serie, seguiría siendo alarmante. En primer lugar, por las expectativas que pueden depositarse en una juventud que no reconoce límites frente al primer símbolo de autoridad extraparental que encuentra en su vida: el docente. Y, en segundo término, porque estos profesionales —que sin duda desempeñan una tarea profundamente vocacional y altruista—, además de no recibir una retribución acorde con las múltiples funciones que exceden la mera enseñanza de contenidos curriculares, se ven afectados tanto moral como psíquicamente al no poder manejar adecuadamente este tipo de situaciones.
Finalmente, tengo para mí —y esto es una observación personal que se extiende incluso a grupos estudiantiles más avanzados en su ciclo educativo, como el universitario— que hoy la meta está puesta en llegar (en el caso de quienes todavía tienen algún objetivo, porque muchos otros, por múltiples motivos, desertan durante el proceso) más que en aprender. No importa cómo.
En ese marco de desinterés, son muy pocos los que hoy leen. Ya no se lee. Por más esfuerzos que se hagan, resulta prácticamente imposible que un adolescente o joven se apropie de un texto para leerlo, comprenderlo y estudiarlo. Hoy todo debe venir “masticado” por el docente, quien casi se ve en la obligación de brindar un resumen de los contenidos para que, al menos algunos, accedan a ellos y lean algo.
El resto, cuando muestra cierto interés, termina recurriendo a Internet, las redes sociales y a la Inteligencia Artificial que, al menos en temas de derecho, aún se encuentra en una etapa incipiente y presenta múltiples errores.
La pauperización de la educación argentina, sumada al uso de un lenguaje precario por buena parte de la población —que en algunos casos llega a ser casi gutural—, ha derivado en que hoy muchos no comprendan lo que leen, e incluso lo que se dice. No entienden, no saben expresarse, y eso se traduce en un uso extendido de emojis que, más que representar un ahorro en la redacción de textos o mensajes, terminan siendo utilizados porque no se sabe cómo construir un concepto de manera sintética pero comprensible.
- El fenómeno Incel: origen y mutación digital
Los Incels (abreviatura de involuntary celibates; en castellano, “célibes involuntarios”) son personas —principalmente hombres jóvenes y adolescentes— que se autodefinen como incapaces de establecer relaciones afectivas o sexuales, a pesar de desearlo. Aunque el término fue acuñado en los años 90 por una joven canadiense que buscaba generar un espacio de contención, con el tiempo la comunidad se radicalizó.
Hoy, los Incels conforman foros digitales donde se difunden discursos misóginos, fatalistas y resentidos, culpando a las mujeres (y al feminismo en general) de su exclusión afectiva. Plataformas como Reddit, 4chan, YouTube o TikTok han amplificado esta narrativa. En ciertos casos, como el de Jake Davison en 2021 en el Reino Unido, estos discursos derivaron en actos de violencia letal.
- La manosfera y sus subculturas
Los Incels no actúan de forma aislada. Forman parte de un ecosistema ideológico más amplio, conocido como manosphere (manosfera), que engloba diversas comunidades digitales organizadas en torno a discursos sobre la masculinidad y el rechazo a las relaciones con las mujeres, con una carga ideológica marcadamente refractaria hacia ellas y, en muchos casos, sumamente violenta.
Este ecosistema digital incluye foros, blogs, canales de YouTube, subreddits y páginas web donde se abordan temas como la masculinidad “tradicional”, las relaciones amorosas y sexuales, las críticas al feminismo, el desarrollo personal (en ocasiones vinculado al “alpha male lifestyle”, es decir, el estilo de vida del macho alfa), y las quejas frente a dinámicas sociales que se perciben como injustas para los varones. Algunos Incels abogan incluso por la violencia contra los hombres que no tienen sus mismas características y, por lo tanto, tienen la suerte de tener relaciones felices.
Aunque hay sectores más moderados o con intereses válidos (como hablar sobre salud mental masculina), el discurso general tiende a ver a las mujeres como enemigas o manipuladoras; reforzar modelos rígidos de masculinidad y promover ideas que van contra la equidad de género.
Pero, como se adelantó, los Incels no están solos en este polémico universo digital hostil hacia las mujeres. Entre los grupos más relevantes, por ejemplo, también pueden identificarse:
- Los Red Pill (píldora roja): promueven una “desprogramación” del varón, una suerte de “despertar” ante verdades ocultas sobre las mujeres y la sociedad, presentando una visión muy estratégica de las relaciones (hipergamia, dominancia, etc.), basada en ideas de dominancia masculina y manipulación femenina.
- Los MGTOW (Men Going Their Own Way u hombres siguen su propio camino): varones que eligen desvincularse de las mujeres y la vida en pareja.
- Los MRAs (Men’s Rights Activists o activistas por los derechos de los hombres): reclaman derechos para los hombres, con discursos frecuentemente antifeministas.
- Los Sigma Males (machos sigma): promueven un perfil de varón solitario, autosuficiente, que se excluye de la jerarquía social tradicional.
Estos espacios refuerzan estereotipos y alimentan la radicalización de jóvenes frustrados. Como señala la BBC (2025), algunos usuarios terminan naturalizando la violencia contra las mujeres como forma de respuesta a su resentimiento, aunque como se señaló, también apuntando a los hombres que consideran que, por fortuna genética, tienen la suerte de poder acceder a esas mujeres, sobre todo las más atractivas físicamente a quienes identifican como “Stacey”. A estos sujetos los denominan “Chads”.
Ambos son ridiculizados e insultados en los foros por los Incels, quienes, a su vez, aceptan su supuesta “inferioridad genética” frente a los denominados “Chads”.
En el lenguaje de internet y la cultura popular (especialmente en redes sociales y memes), el término “Chad” se utiliza para describir a un hombre extremadamente atractivo, seguro de sí mismo, popular y/o exitoso con las mujeres. Se emplea en memes y discusiones para ilustrar estereotipos masculinos, a menudo con un tono irónico o sarcástico, ya que, en ciertos contextos, puede tener una carga crítica o negativa, aludiendo a su superficialidad o arrogancia.
Así, los “Chads” aparecen como la antítesis de los “Incels” y también de los denominados “Beta”, que también vendrían a ser una suerte de seres inferiores, pero que aún no “despertaron” para percibir y admitir esa realidad.
En efecto, en contraste con el “Chad” —el “alfa” dominante, exitoso y seguro, que si se destaca incluso entre sus pares es denominado “Giga Chad”—, el “Beta” representa un arquetipo masculino percibido como tímido o inseguro, sumiso, falto de liderazgo y menos exitoso con las mujeres. Por ello, a veces se lo asocia con un imaginario sexual que presume la falta de experiencias íntimas, lo que lleva a identificarlos como vírgenes (“Virgin”).
Conviene aclarar, sin embargo, que “Virgin” no necesariamente se refiere de forma literal a alguien que no ha tenido relaciones sexuales. Más bien representa a una persona (generalmente hombre) insegura, débil, torpe o socialmente incómoda, que funciona como contrapunto del “Chad”, confiado, carismático y exitoso.
En la Argentina, el término “Chad” comenzó a proliferar en redes sociales, aunque no existen estudios que determinen si responde al mismo patrón que en los países anglosajones, ni si necesariamente promueve un arquetipo de éxito en las relaciones sentimentales. Parecería, en cambio, que la palabra se popularizó —como tantas otras que utiliza el argentino medio, incluso fuera del ámbito digital— para exaltar la figura de un sujeto o entronizar un término simpático o afable en la comunicación cotidiana: “máquina”, “capo”, “genio”, “maestro”, o los viejos conceptos de “jefe” y “patrón”.
Algo similar ocurre con aquellos a quienes aquí se los denomina “Virgos”, la antítesis vernácula de los “Chads” y que, para el caso, en el país sí son calificados de ese modo de una forma despectiva. Partiendo del supuesto imaginario de que aquellos individuos no han mantenido en su vida relaciones con las mujeres y que se autosatisfacen sexualmente, ligan a esa inexperiencia con la falta de conocimientos y aptitudes para desarrollarse en otros ámbitos de la vida.
A los arquetipos masculinos como el Chad (varón exitoso, deseado, dominante), el Beta (tímido, sumiso), el Virgin (inseguro, torpe) y el Sigma (independiente, solitario), también han surgido equivalentes femeninos: “Stacy” (mujer atractiva y popular), “Becky” (chica promedio), “Karen” (figura autoritaria), “Femcel” (mujer rechazada y feminista acérrima) y expresiones como “Low-tier normie girl” (chica normalita de bajo nivel), “Ugly Betty” (como la protagonista de la serie Betty, la fea) y “Plain Jane” (Jane, la simple) son términos menos populares, pero utilizados en ciertos espacios de la manosphere para referirse a mujeres consideradas poco atractivas, sin carisma o simplemente “normales”.
El concepto de Plain Jane, en particular, existe al menos desde el siglo XIX en el inglés británico, donde “Jane” funciona como un nombre común y genérico para identificar a las mujeres —de forma similar a como se usa “John Doe” para los hombres—, mientras que plain alude a una persona sencilla, sin rasgos distintivos, que no se destaca del promedio.
Una identificación similar a esta última es la de “Wallflower” (de la planta y flor de Alhelí, calificativo más clásico y neutral), que se trata de una clasificación más antigua, y menos ofensivo. Describe a una chica tímida, introvertida, que suele pasar desapercibida en situaciones sociales. Aparece en literatura y cultura pop como la “chica dulce que nadie nota”.
Todos estos términos suelen emplearse con un tono despectivo y clasista, especialmente en foros de carácter misógino, empleados sobre todos por hombres. Pues si bien las mujeres pueden llegar a utilizarlos, no se ha comprobado, de momento, que en las redes proliferen grupos similares a los Incels y su modo de actuar, aunque algunos señalan que la violencia contra el hombre, al menos verbal y simbólica aparecería en los discursos feministas extremos, lo que, en la Argentina, también despreciativamente son catalogadas como “feminazis”.
- Códigos y arquetipos digitales
La comunicación en estos foros no es abierta ni explícita. Utilizan un metalenguaje basado en símbolos y emojis para marcar pertenencia o transmitir ideas.
Para el desprevenido, o para quienes aún no se han interiorizado en el mundo de las redes sociales, los teclados y plataformas de los distintos dispositivos —especialmente cuando se usan como medios de comunicación o para transmitir mensajes— ofrecen la posibilidad de no escribir una frase completa, sino de insertar un “emoji” que represente lo que se quiere decir.
Según la definición de la R.A.E., estos “emojis”, también denominados emoticones o emoticonos, son pequeñas imágenes o íconos digitales que se utilizan en las comunicaciones electrónicas para representar una emoción, un objeto o una idea. Van desde caras sonrientes, enojadas, tristes o llorosas, hasta representaciones de viviendas, escuelas, comidas, bebidas, globos y muchos más.
Sin duda, uno de los más polémicos es el que representa un arma de fuego. En un principio, las grandes plataformas decidieron reemplazarlo por una pistola de juguete de color verde que lanza agua, debido a la violencia que sugería la versión original —más realista— y su uso incluso como símbolo de amenaza hacia terceros. No obstante, pareciera que ahora esas plataformas se han arrepentido de dicha modificación y estarían pensando en volver (vaya uno a saber por influencia de quiénes o de qué industria) al diseño original.
Símbolos que, en principio, pueden parecer inofensivos o inocentes, en determinados contextos encubren mensajes vinculados a estereotipos masculinos o femeninos, al consumo de drogas, a las relaciones sexuales, al bullying y a discursos extremistas, lo que está desconcertando a muchos usuarios y generando preocupación entre padres y educadores.
En la serie Adolescencia, se retrata esta lógica de forma explícita. Entre los principales códigos se encuentran:
- Píldora roja: representa el “despertar” ante la “verdad oculta” de la dominación femenina.
- Píldora negra: asume que el destino del Incel es irreversible; simboliza resignación y nihilismo.
- Emoji de bomba: indica disposición a actuar violentamente.
- Símbolo del 100: vinculado a la “regla del 80/20”, según la cual solo el 20% de los hombres accede al 80% de las mujeres.
- Corazones de colores: cada uno representa una forma de vínculo afectivo o sexual.
- Poroto: signo de identidad Incel.
Tal como explica Natalia Vivar (2025), estos símbolos no son triviales. Funcionan como claves de acceso a comunidades virtuales donde se refuerzan estereotipos de género y se alienta el rechazo a la otredad.
- Salud mental, violencia y Derecho penal
La radicalización digital plantea desafíos complejos para el derecho penal juvenil. La propuesta del Reino Unido de declarar a los Incels como organización terrorista fue discutida pero finalmente desestimada. Una investigación de la Universidad de Swansea concluyó que el problema debía ser abordado desde la salud mental más que desde el sistema penal tradicional.
Coincido con esa perspectiva. No basta con reducir la edad de imputabilidad. Es imprescindible que especialistas evalúen la capacidad del joven para comprender la criminalidad del acto y dirigir sus acciones. En algunos casos, podría tratarse de sujetos inimputables por razones clínicas. En otros, de jóvenes plenamente conscientes pero influenciados por ideologías de odio.
- Prevención: un camino posible
Aún no se han detectado manifestaciones significativas del fenómeno Incel en Argentina, ni un uso generalizado de emojis con significados ocultos. Sin embargo, esto no implica de ningún modo que no se produzcan constantemente contenidos y mensajes dirigidos —aunque de forma más directa— hacia las mujeres, especialmente las más jóvenes y adolescentes.
De manera repentina, puede aparecer en cualquier red social un contenido enviado por un hombre, utilizando un lenguaje soez, lanzando burdas invitaciones a mantener relaciones sexuales, empleando emojis que pueden interpretarse como representaciones de partes íntimas, o directamente enviando fotografías de desnudos que nadie ha solicitado.
Sin mayores reparos —lo que popularmente se conoce, y hasta una diputada nacional ha mencionado al atribuírselo a la máxima autoridad ejecutiva de uno de los estados locales argentinos— como una “foto pija”.
Este grave panorama, que por el momento al menos no ha alcanzado el nivel de gravedad que se observa en otras partes del mundo, representa una oportunidad para actuar a tiempo. El ciberpatrullaje preventivo es una herramienta fundamental. Las fuerzas de seguridad deben estar entrenadas para detectar signos tempranos de radicalización en redes. Por otro lado, las empresas tecnológicas deberían desarrollar algoritmos que identifiquen discursos violentos, bloqueen accesos y emitan alertas a adultos responsables.
Estos sistemas podrían incluir filtros que detecten intentos de desactivación, acceso a la dark web o modificación de configuraciones parentales. Así, padres y madres —que no pueden supervisar todo el tiempo— contarían con recursos que les permitan actuar antes de que sea tarde. Estas acciones deberían complementarse con procesos terapéuticos que acompañen a los adolescentes en situaciones de riesgo.
- Conclusión
Adolescencia pone en escena un universo que, aunque ficcional, representa realidades emergentes. La violencia digital no siempre se manifiesta de forma directa. Puede filtrarse en memes, en emojis, en términos aparentemente inofensivos. Comprender ese lenguaje es el primer paso para prevenir, contener y actuar. La respuesta no puede ser meramente punitiva: debe ser pedagógica, emocional, comunitaria. Y, sobre todo, preventiva.
Fuentes
- González Da Silva, Gabriel, “¿Qué sucedería si el caso de la miniserie “Adolescencia” de Netflix hubiera ocurrido en Argentina?, elDial.com – DC35C2.
- Vivar, Natalia. “El inquietante uso de los emojis que aparece en la serie Adolescencia”. Diario El Comercio, España, 2025.
- BBC News Mundo. “Qué son los Incels, el oscuro movimiento que aparece en la aclamada serie Adolescencia”, 2025.
- Producción propia.